Maestro, esta mañana me ha vuelto a despertar el macho perdiz del vecino del primero. He vuelto a refunfuñar para mis adentros, pues sus cuchicheos son como un terco martillo sonando en mi cabeza al clarear el alba. No obstante, lo prefiero a esos aparatos modernos que despiertan al vecindario con una especie de machaconeo musical de dudosa armonía. Pero hoy, no ha cantado tanto rato como de costumbre, se ha quedado muda la perdiz macho. Ya en la ducha, por la radio Carlos Herrera ha dado la noticia de tu muerte en Valladolid y a los ochenta y nueve años.
Me ha dolido Maestro, he sentido tu muerte como algo mío. En estos meses de invierno y a esa edad, mi agenda esta repleta de dolorosas pérdidas. Yo te conocía desde hace años, allá por los sesenta y en el colegio de los Hermanos, un libro de texto de Lengua y Literatura me acercó tu nombre al pupitre. Era el Isidoro, que se iba al instituto de la capital, como yo. Al que sus compañeros le decían que llevaba el pueblo en la cara, como yo. Al que sus amigotes del pueblo le criticaban que tenía andares de señoritingo, como yo. Al que explicaba las cosas de su pueblo y se le burlaban, como yo.

Me enseñaste a amar la literatura de muy joven. A correr tras las perdices por rastrojeras imaginadas en anchos páramos castellanos, que solo en la madurez pude admirar en toda su magnificencia, y comprenderte aún más en tu dolorido réquiem de viejo cazador castellano.

Yo siempre he dicho que si tus personajes en los Santos Inocentes, hubieran sido unos paranyeros del Maestrazgo o del Alcalatén castellonenses, nuestros anhelos por el volátil zorzal serían una feliz realidad. Si alguna de tus páginas sobre la perdiz, o la liebre, la hubieras dedicado al zorzal cazado en el parany, este arte sería hoy, monumento nacional.  Muchas veces tuve el pensamiento de regalarte una perdiz de cerámica de mi pueblo, del que se reían mis compañeros de instituto como al Isidoro. Pero jamás lo hice, creo que hasta lo soñé un día lejano, pero solo fue eso, un dulce sueño.

Lloro tu ausencia Maestro, y siento no poder expresarlo de otra forma. La perdiz de mi vecino te devolverá a mi memoria, mientras dure el celo, cada mañana al alba. Y yo refunfuñaré por anticiparse quince minutos a mi despertador mañanero. Pero siempre podré abrir un libro tuyo, y provocar el encuentro.
Lástima que por Valladolid no hubiera paso de zorzales…

Hasta siempre Maestro Delibes.

Vicente P. Albaro Bachero   12-03-2010