Revista Apaval nº 43

Revista Apaval nº 43

Cuando la ignorancia se disfraza de política verde

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Hoy quiero dedicar estas palabras a algo más profundo que una mera definición: a lo que realmente significa parany y a la necesidad de su legalización. Y es que, por desgracia, esta palabra se ha manipulado con muy mala intención por quienes han querido crucificarnos públicamente —confundiendo a todo el que se les pone por delante, incluso a cazadores de otras comunidades— para que se vuelvan en contra de una práctica tan nuestra.

Si consultamos la Directiva de Aves —la famosa 2009/147/CE del Parlamento Europeo y del Consejo— en su Anexo IV encontramos lo siguiente:

Lazos (con excepción de Finlandia y Suecia para la captura de Lagopus lagopus lagopus y Lagopus mutus al norte de los 58° de latitud N), ligas, anzuelos, aves vivas utilizadas como reclamos cegadas o mutiladas, aparatos grabadores, aparatos electrocutantes. Redes, trampas-cepo, cebos envenenados o tranquilizantes.

¿Y el parany? Pues no aparece. Ni una sola mención. Lo que demuestra que todo este ruido ha sido una construcción interesada por parte de ciertos colectivos ecologistas, animalistas y afines. Han conseguido que el término se convierta en tabú, que suene a pecado. Y la verdad es que les ha salido barato ese desprestigio, a costa de falsear la ciencia y engañar a la sociedad.

Lo más irónico es que estas mismas organizaciones no han dudado en utilizar redes verticales —las llamadas redes japonesas— para sus “estudios científicos”. Estudios que, por cierto, ni son rigurosos ni han sido sometidos a los mismos controles que sí se exigen a los cazadores cuando queremos actuar con responsabilidad. Ellos pueden usar lo que quieran, nosotros no. Así de injusto es el trato.

Y cuando la caza no va bien —como este año, afectado por la sequía—, no tienen reparos en achacar la baja presencia de aves migratorias a la actividad cinegética. No se detienen ni un segundo a pensar que tal vez el problema esté en la falta de agua o de alimento en el campo. Eso les da igual. Lo suyo es montar el show político, el lobby bien organizado que se mueve con soltura por pasillos locales, autonómicos, nacionales y europeos.

Su excusa más manida ya la conocéis: “Lo prohíbe la Comisión Europea”. Y con eso basta. Mienten sin vergüenza, sin pudor. Y sin consecuencias.

No hay más que recordar aquella reunión con la Diputación de Castellón, en la que no se cortaron un pelo al mostrar vídeos y fotografías del parany… ¡de hace más de 25 años! ¿Dónde quedó el contexto? No les importa. Su único objetivo es fabricar una narrativa que justifique la financiación que reciben.

Y sí, digo “financiación” y no “subvención”, porque esta última debería estar asociada a proyectos con impacto positivo en la tradición o en la biodiversidad. Pero lo que hacen ellos es justo lo contrario: viven de una financiación que no exige justificación alguna. Así operan estos grupos, que bien podrían llamarse anti-caza, anti-tradición, anti-ruralidad… y, por extensión, anti-biodiversidad.

Y mientras tanto, en nuestros pueblos, se siguen escuchando sus discursos desde los bares, en la prensa, en los noticieros… Equipados con tecnología como el GPS, rastrean todos los paranys posibles, aunque hay un detalle curioso: los que actúan en campo no son vecinos, son enviados de fuera. Los de aquí no participan. No quieren que los identifiquemos. Porque saben que lo que hacen, huele. Y mucho. Es simple cobardía.

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